miércoles, 16 de julio de 2003

SANTA MARIA DEL MONTE CARMELO

Los evangelios hablan muy poco de María. Esta discreta presencia de María junto a Jesús contrasta con el lugar eminente que siempre le ha concedido la Iglesia desde los primeros siglos cristianos. Después del culto eucarístico no hay expresiones más intensas de devoción ni más numerosas que las que tienen como centro a la Virgen María.

Aunque el culto mariano aparece tardíamente en la Iglesia, especialmente desde el Concilio de Efeso (431), la Virgen fue rodeada muy pronto de una profunda veneración, tanto en Oriente como en Occidente. Los Padres de la Iglesia no dejan de poner a la Virgen como ejemplo y de aconsejar que se la imite.

“Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia, aunque es del todo singular, difiere esencialmente del culto de adoración que se rinde al Verbo encarnado, así como al Padre y al Espíritu Santo, y contribuye poderosamente a este culto. Pues las diversas formas de piedad hacia la Madre de Dios, que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, según las condiciones de los tiempos y lugares y según la índole y modo de ser de los fieles, hacen que, mientras se honra a la Madre, el Hijo (…) sea mejor conocido, sea amado y glorificado, y sean cumplidos sus mandamientos” .

María, en efecto, recibe culto por su especialisima unión con la obra salvifica de su Hijo, en cuyos misterios intervino. “Redimida de modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo (…) es saludada como miembro sobreenminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en la caridad” .

El Concilio Vaticano II sitúa a María en el culto litúrgico de la Iglesia, venerándola y celebrándola dentro del sagrado recuerdo que hace del misterio de Cristo y aún de toda la historia de la salvación en el año litúrgico . La presencia de la Virgen María en el culto litúrgico se realiza en diversos momentos y con gran variedad de expresiones, que van desde la celebración de la Eucaristía, en la que se “venera la memoria ante todo de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor” , y de los sacramentos, hasta el Oficio Divino y los diversos tiempos litúrgicos .

El culto litúrgico a la Santísima Virgen se inserta armónicamente en el cauce del único culto cristiano que la Iglesia ofrece al Padre por medio de Cristo y en el Espíritu Santo. Resulta, pues, evidente su carácter normativo respecto de las otras manifestaciones de piedad mariana. Éstas, como deseaba Pablo VI en la Exhortación Marialis Cultus, deben aprender de la liturgia las notas trinitarias, cristológica, pnematológica y eclesiológica del culto cristiano y llevar a cabo las Orientaciones bíblica, litúrgica, ecuménica y antropológica .

A pesar de la importancia objetiva y del carácter ejemplar del culto litúrgico a la Santísima Virgen para con las restantes expresiones culturales, éste no agota la veneración y el amor que el Pueblo de Dios es capaz de manifestar para con la Madre del Señor. Más aún, la devoción hacia la Santísima Virgen, que es un elemento intrínseco del culto cristiano , y no puede faltar en la vida de los sacerdotes, de los religiosos y de los fieles laicos , necesita también de los ejercicios piadosos y demás actos de piedad personal reconocidos y recomendados por la Iglesia. Estos actos piadosos mantienen viva la devoción a la Santísima Virgen y contribuyen a crear el clima religioso para participar con mayor provecho en las celebraciones litúrgicas.

En resumen, la consideración atenta de los principios conciliares y las orientaciones del Magisterio, deberá llevarnos tanto en la piedad y devoción mariana como en las restantes manifestaciones religiosas:

- A dar a la liturgia, en la práctica pastoral, el puesto preeminente que le corresponde en relación con las devociones y ejercicios piadosos ;

- A llevar a cabo un verdadero esfuerzo para armonizar los ejercicios piadosos con los tiempos y las exigencias de la liturgia;

- A evitar, en consecuencia, toda suerte de confusión y de mezcla entre liturgia y ejercicios piadosos;

- A no contraponer la liturgia a los ejercicios o a eliminar estos últimos, contra el sentir de la Iglesia, creando un vacío que a menudo nada viene a colmar.

El escapulario del Carmen

En la historia de la piedad mariana aparece la “devoción” a diversos escapularios, entre los que destaca el de la Virgen del Carmen. Su difusión es verdaderamente universal y sin duda se le aplican las palabras conciliares sobre las prácticas y ejercicios de piedad “recomendados a lo largo de los siglos por el Magisterio”.

El escapulario del Carmen es una forma reducida del hábito religioso de la Orden de Hermanos de la bienaventurada Virgen del Monte Carmelo. Es un signo exterior de la relación especial, filial y confiada, que se establece entre la Virgen, Reina y Madre del Carmelo, y los devotos que se confían a ella con total entrega y recurren con toda confianza a su intercesión maternal; recuerda la primacía de la vida espiritual y la necesidad de la oración.

El escapulario se impone con un rito particular de la Iglesia, en el que se declara que “recuerda el propósito bautismal de revestirse de Cristo, con la ayuda de la Virgen Madre, solicita de nuestra conformación con el Verbo hecho hombre, para alabanza de la Trinidad, para que llevando el vestido nupcial, lleguemos a la patria del cielo”.

La imposición del escapulario del Carmen, “se debe reconducir a la seriedad de sus orígenes; no debe ser un acto más o menos improvisado, sino el momento final de una cuidadosa preparación, en la que el fiel se hace consciente de la naturaleza y de los objetivos de la asociación a la que se adhiere y de los compromisos de la vida que asume” .

Manuel Pozo Oller
Vicario Episcopal